Mi viejo me contó que en tiempos remotos cuando los trámites bancarios eran presenciales, diarios, con colas y papeles el llevaba siempre caramelos en el bolsillo.
Cuando finalmente llegaba a la ventanilla, saludaba y le daba un caramelo al agobiado empleado del banco. Sorpresa!
Con sólo un caramelo mi papá lograba sacarle una sonrisa, cortar con su rutina, transmitirle su empatía y conseguir una mejor y más rápida atención.
No se me ocurren muchas otras cosas que recordemos tanto como las "buenas" sorpresas.
Cuando algo "interrumpe" nuestra rutina para bien o cuando esperamos algo determinado y se superan nuestras expectativas.
Esa sensación de mimo, de sentirnos queridos, valorados y con suerte.
Las marcas deben trabajar y esforzarse continuamente para superar las expectativas de sus clientes, integrantes y accionistas.
Hoy además existen nuevas expectativas, más colectivas, que les demandan un mayor propósito, más acción y menos promesas, honestidad, empatía, impacto y sustentabilidad.
Estas nuevas expectativas no pueden resolverse con caramelos.
¿Vos tenés tus caramelos?
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